Irrompible

Allí estaba, con otra larga sesión de bourbon por delante, con la misma sensación de pérdida y tristeza que siempre que se separaba de Ella, con la misma desazón por no poder estar más tiempo con Ella, con la misma ansia de estrecharla entre sus brazos y estrellarse contra sus labios.

Pero la primera canción que sonó en sus auriculares hizo que algo cambiase aquella noche. La había guardado semanas atrás, y era la típica canción sobre la chica frágil e indefensa a quien el cantante iba a cuidar y proteger hasta convertirla en irrompible. Pero él se dio cuenta de que se identificaba más con la chica que con el cantante, y se convenció de si había alguien que «necesitaba cerrar los ojos mientras alguien cerraba sus brazos a su alrededor hasta convertirle en irrompible», era precisamente él.

Así que frunció el ceño, apretó los dientes, y dio por terminada aquella recaída, convencido de que tenía que ser la última: si Ella quería silencio y distancia, eso era lo que tendría; si él le importaba o no, si le quería tener cerca o no, era algo que Ella tendría que demostrar; su amor por Ella nunca iba a desparecer, pero dejaba de ser gratis desde aquel mismo momento. Porque al final se convenció de aplicarse el, consejo que tantas veces Le había dado: antes él que nadie.

Aunque era consciente del océano de lágrimas que tenía por delante, de que la añoraría y continuaría con los millares de conversaciones con Ella en su cabeza, de que nunca nadie podría estar a Su altura, decidió que o cumplía su propósito de Año Nuevo o se dejaría la vida en el intento. Iba a dejar de buscarla, de retorcer su vida por verla, de esperar algo que nunca iba a llegar.

Iba a buscar nuevos horizontes aunque fuese lejos, aunque significase resetear su vida del todo. Iba a convencerse de que había un mundo más allá de Ella, por mucho que le doliese. Iba a convencerse de que, además de Ella, él tambores era irrompible