A punto de irse a la cama, con la sensación de haber desperdiciado el tiempo y el bourbon, reparó casi de casualidad en una de aquellas notas temporales que no solía ni mirar, y que desde luego nunca había visto usar a Ella. Al pulsarla, sonó un fragmento de una canción que hablaba de la imposibilidad de volar y de escapar, y del ansia por saltar y sobrevivir. Eran exactamente las mismas palabras que él ya le había insinuado en más de una ocasión, las mismas palabras que le dedicaba en aquella conversación imaginaria que tantas veces había tenido con Ella sobre Su burbuja-jaula, y como en algún momento tendría que dar un cambio a Su vida y buscar un nuevo camino en el que pudiera ser feliz de verdad.
Y, mientras miraba su vaso con el último trago de aquella noche, frunció el ceño y maldijo para sus adentros, porque Ella ahora quería volar, pero había apartado de Su lado a un piloto experto y cualificado que le habría enseñado y ayudado a romper con todo y surcar los cielos a Su antojo, que le habría tomado de la mano y saltado con Ella sin dudarlo ni un segundo.
Dejó la canción a la mitad porque no le gustó una letra que podría señalarle a él como parte del problema y no de la solución en el hipotético caso de que aquel fragmento de canción tuviera algo que ver con él, cosa que le parecía francamente improbable. Apuró el bourbon y se fue a la cama negando con la cabeza y apretando los x dientes: no le iba a dar más vueltas, aquello no tenía nada que ver con él, o Ella se la habría mandado directamente. Lo iba a obviar, como llevaba toda la semana obviando que se había equivocado al confirmar su asistencia a una fiesta a la que no debía ir, solo por estar cerca de Ella, y de la que volvería frustrado y decepcionado.
Y aún así, después de que una vez más fuera Su cara lo último que pasase por su cabeza antes de quedarse dormido, volvió a coger el móvil y le envió un par de alas.