Pese a su nueva «intimidad», pese a sus nuevos propósitos, pese a pasar todo un día de campo con Ella, y pese a haber fantaseado hasta la saciedad con un ratito a solas, no hubo nada nuevo bajo el sol: cortesía, corrección, distancia controlada, alguna mirada discreta y poco más. Ella parecía volver a ser la de siempre, había ojos y oídos indiscretos por doquier, y él sabía de sobra que el afecto que Ella le tuviera, siempre iría, al menos en público, en último lugar.
No se sintió tan mal como otras veces, ya lo tenía asumido, y al menos se llevó una ristra de besos tipo «abuela» de Ella. En otras circunstancias quizá se hubiera atrevido a girar la cara y tratar de robarle un beso en los labios, pero no era ni el día, ni la situación, ni el ánimo. La amaba a morir y no permitiría que nada volviera a hacer sombra a aquel sentimiento, pero sabía que tampoco conseguiría nunca que Ella dejara de colocarle en el último lugar.