Los últimos días habían sido una locura, entre temas de trabajo, compromisos familiares y peripecias de las suyas, que le habían dejado sin tiempo apenas ni para pensar. Y, por un lado, lo prefería así, por más que su vida le pareciera anodina y rutinaria: se atenuaba su dolor y se convertía en algo soportable, como una pequeña molestia muscular que te recuerda en cada momento que hay algo que está mal, por más uno se empeñe en hacer vida normal. Puede que sea solo en momentos puntuales, en pequeños gestos, pero la molestia no desaparece hasta que se trata.
Pues exactamente igual estaba su corazón, con un pequeño dolor perpetuo que no desaparecería hasta que recibiera tratamiento.