Todo sigue igual: parte final

(… Continuación)

Ella ya no volvió a contestar. Podía imaginársela con el ceño fruncido, la mirada baja y lanzando maldiciones e improperios sin cesar,jurando y perjurando que hasta allí habían llegado, que se había acabado, que ya no quedaba nada más. Y tomando las decisiones que siempre tomaba hacia él: más frialdad, más distancia, más silencio. Se alejaría de nuevo un tiempo hasta que, tal vez por la insistencia de él o porque flaquearan Sus propias defensas, se dejaría llevar de nuevo y confiaría en que él hiciera lo que Ella esperaba que hiciera. O puede que no, porque como Ella nunca le había abierto su corazón hasta aquel punto, él tenía que limitarse a hacer suposiciones.

Lo único claro, tumbado en su cama a las tres de la madrugada y sin poder dormir, era que se avecinaban tiempos aún más duros para él, porque aunque aquella tarde había descubierto que Ella aún le seguía soñando, como decía la canción, también continuaba pensando que nunca estarían juntos, y lucharía contra Sus sentimientos con todas Sus fuerzas, alejándose lo máximo posible de él, sembrando todo el silencio que fuera capaz.

En el fondo, Ella tenía razón, y todo seguía igual: habían vuelto a la casilla de salida.

Todo sigue igual: segunda parte

(… Continuación)

Tuvo el impulso de escribirle un mensaje dándole las gracias por haberle dedicado Su tiempo, por aquel rato que habían pasado a solas, por hacerle sonreír y darle consuelo en sus horas más bajas. Y le recordó las palabras que Ella había repetido varias veces, «todo sigue igual», que él interpretó como que dejaban atrás aquella horrible época de tensión y distancia que habían atravesado, y retornaban a su extraña amistad especial. Nada más lejos de la realidad.

Su primera respuesta ya fue algo incisiva, pero él optó por tomársela en el mejor sentido, y le explicó lo mal que se sentía y la necesidad que tenía de un cambio. Pero Ella repitió las mismas palabras, «todo sigue igual». Aún más extrañado, creyó que Ella quería cortar la conversación, así que le escribió a modo de despedida una frase bonita que acababa de leer y dio por zanjado el asunto. Pero Ella contestó minutos después, visiblemente enfadada, acusándole de no decir nunca nada, de no hacer nunca nada y él, por una vez, se rebeló: le contestó con palabras directas y sin adornos, dolido por Sus acusaciones, recriminándole que Ella le echara en cara su falta de «iniciativa» cuando él se había declarado varias veces y había respetado sus negativas; si lo último que Ella le había dicho era que siempre podría contar con su cariño y con su apoyo, pero no con su amor, y desde entonces no habían vuelto a verse ni apenas a mantener contacto, ¿cómo podría él imaginarse que Ella quería dar un paso más, y en una tarde con el tiempo contado, a la vista de todos? Y pese a todo, lo habría hecho de haberlo sabido, si Ella le hubiera indicado el camino; pese al riesgo, pese a las consecuencias, pese al precio a pagar. Pero no tenía ni idea, porque la posibilidad de que Ella le estuviera esperando le parecía tan remota que no podía interpretar correctamente hacer caso de Sus señales. Trató de hacerla ponerse en su lugar, en lo dolorosa que era aquella ruleta rusa sin final, y se despidió diciendo que, Sin su participación y su ayuda, no había manera.

Continuará…