Tras la incertidumbre del día de Año Nuevo, todo empezaba a calmarse. La vuelta a la rutina y un resfriado inoportuno parecían haber apagado en parte aquel fuego pasional que la había devorado a Ella durante los «tres días increíbles», como él empezaba a llamarles. Pero, en su lugar, se prodigaban Sus mensajes y Sus llamadas, y continuaban haciendo planes para verse, aunque fuera en público y guardando las apariencias. Ella le buscaba, le pensaba y le añoraba; no era solo el deseo del contacto físico, era algo más, algo que vencía a la lógica y la conciencia de ambos, algo que les hacía decir «sí» donde diez veces antes habían prometido decir «no».
Todo se iría enfriando poco a poco, él lo sabía de sobra, porque la situación de Ella le empujaría a tomar cada vez menos riesgos. Pero mientras pudiera sentir Su fuego, mientras quedase algo de llama, él seguiría empuñando el bidón de queroseno en una mano y la botella de tequila en la otra.