Se moría de rabia al leer que Ella había atravesado días complicados, sin que él hubiera llegado a enterarse siquiera. Habría bastado un simple Suyo para que él se desviviera por escucharla, por animarla, por consolarla, por tratar de acompañarla en la distancia o, sencillamente, por hacerla reír.
Pero, al igual que comprendía que él nunca iba a de amarla, también empezaba a comprender que había otras cosas que nunca iban a cambiar.