Hacía una eternidad que no escribía, ni siquiera cuando el sábado anterior volvió a rendirse a las viejas costumbres y renunció a todo por estar un rato con Ella, por volver a sentir Su mano en el antebrazo, por un beso en la mejilla que gritó tantas cosas.
Pero algo volvió a removerse por dentro cuando el viaje con que tanto tanto había soñado durante casi dos décadas, lo terminó haciendo solo. No ya sin Ella a su lado, como siempre imaginó, sino sin nadie a quien aburrir con sus historias sobre la Ciudad Eterna, sin nadie con quien compartir una pizza auténtica, sin nadie con quien brindar con un aperol spritz.
Lo único que podía hacer era seguir caminando cruzando los dedos hasta morir de ilusiones.