¿Qué podía decir? Que Ella era así… Que cuando más abatido y resignado se sentía, cuando no era capaz de mantener una sonrisa por más de diez segundos en el rostro, Ella le había escrito para anunciarle que al final sí se verían una vez más; que cuando él la esperaba entrando como Atila en su casa, Ella vino a escucharle y conciliar; que cuando él esperaba un metro de distancia entre ellos y hielo en su mirada, lo que encontró fue Sus manos entrelazándose con las suyas, Sus brazos alrededor de su cuello y Sus labios fundidos con los de él.
Nunca pensó que aquella última vez fueran a terminar entregándose el uno al otro con el mismo fuego que siempre, nunca pensó que vería tanta trisreza en Su rostro por una despedida que Ella tampoco deseaba, nunca pensó que ambos llorarían abrazados aquella última vez.
Pero así era Ella, imprevisible y maravillosa y pasional y frágil a partes iguales. Y por eso, aunque acababan de romper y se avecinaban tiempos difíciles, aquella noche él la amó más que nunca: porque solo Ella podía ser Ella, y porque algún día solo él llegaría a ser Su Él.
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Solo Ella
Sus ojos. Su mirada. Su sonrisa. Su rostro. Sus lágrimas. Su perfume. Sus manos. Su tacto. Su voz.
Ella. Y solo ELLA.
Sólo Ella
Sólo Ella era capaz de cautivarle con su sola presencia. Sólo Ella podía lucir aquella figura espectacular como si no pasara nada. Sólo Ella lograba que arreglarse con semejante clase y estilo pareciera sencillo. Sólo Ella conseguía resplandecer como una superestrella tomando una caña en una tasca a mediodía.
Sólo por Ella, y pese a saber que todo estaba perdido, era él capaz de seguir soñando.