Llevaba todo el día evitándolo, aunque sabía que acabaría por tener que enfrentarlo: había pasado un año, exactamente un año, de la noche que empezó siendo la más prometedora y terminó convertida en una catástrofe. Aquella que le brindaba su (última) oportunidad, y que se le escapó entre los dedos. Aquella que se convirtió en una premonición de los tiempos negros que vendrían después.
Al final tuvo que encarar aquel recuerdo, y el mismo sabor amargo le inundó la boca. El sabor amargo de un amor que no podía controlar, de una ausencia permanente.