Aquella noche de San Juan, noche mágica donde las haya, se dispuso a ver los fuegos artificiales sentado a solas en su balcón, con un bourbon en la mano, como tantas y tantas noches menos especiales. Hizo fuerza por no recordar que, justo un año exacto atrás, veía los mismos fuegos al lado de Ella, lo suficientemente cerca para que sus pieles se rozasen levemente, apretando todos sus músculos para mantener la compostura, aguantando la respiración para contener su corazón.
Un año después, de vuelta a los silencios, a los caminos opuestos y a los letreros de «The End», lo que él apretaba eran los dientes para contener las lágrimas y los recuerdos, mientras otra de aquellas putas canciones random geniales le traspasaba de lado a lado, rogándole (a Ella) que hiciera ruido para romper aquel silencio antinatural entre ellos dos.
Obviamente, fracasó con estrépito.