Aquella noche tuvo que hacer un esfuerzo, un gran esfuerzo, para cumplir con su cita semanal con el balcón. Porque, pese a tener el bourbon, las canciones e incluso la luna frente a él, no tenía nada que escribir.
Porque daba igual cuánto se esforzara, cuánto corriera, cuánto apretara los dientes y los puños, cuánto hubiera asumido que Ella ya nunca iba a volver. Todo daba igual, porque su vida, en vez de avanzar, lo único que hacía era retroceder.