Odiaba aquel silencio forzado, odiada tener que simular que no pensaba en Ella cada minuto, que no quería contarle hasta el detalle más nimio de sus rutinas, que no quería saber incluso lo que había tomado en el desayuno.
Y lo odiaba porque la única manera de llenar aquel enorme vacío era con canciones, y no había una maldita canción en este mundo que no tuviera una referencia a Ella o a la historia entre los dos, por lo que acababa siendo peor el remedio que la enfermedad.