Rebote

No sabía muy bien cómo lo hacía pero, a pesar de sentirse asfixiado, extenuado y desconsolado, volvía a levantarse después de cada tropezón. Más que nada porque, aunque sólo veía desierto y desolación mirase donde mirase, en lo más profundo de su alma sentía que, en algún momento, un rayito de felicidad le acabaría salpicando, aunque fuera de rebote.

Aunque Ella ya no estuviera, y no fuera a volver nunca más.

Rebote

Tal y como suponía, llegó el famoso efecto rebote. Todo había marchado bien, sentados solos, charla social, bromas, anécdotas del trabajo… Hasta que empezó a faltarle el aire. Se le apagó la voz, empezó a divagar, y mientras se despedían con un vacío «ya nos veremos» y él escondía la cabeza, le pareció advertir por el rabillo del ojo un ademán, un movimiento, un algo, por parte de Ella. Y pudo sentir, con absoluta claridad aunque solo durara un segundo, su mirada clavada en él.

Demasiado tarde y demasiado desprevenido, tuvo que huir mordiéndose de nuevo los labios para contener las lágrimas. Otra vez.