Por una vez, no había romanticismo ni palabras grandilocuentes. Por una vez, no había platonismo ni sacrificio. Por una vez, no había suspiros ni resignación.
Por una vez, lo que sí había eran maldiciones, puñetazos en la mesa y una pregunta gritada al viento: ¿por qué no estaba Ella a su lado? ¿Por qué?