Pedazos

Las doce en punto, era la hora.

No sonó el portero automático, ni el timbre de la puerta.

Tampoco sonó ningún mensaje en el móvil, ni siquiera uno de disculpa.
Lo único que sonó, mientras permanecía sentado esperándola inútilmente, fue el último pedazo de su corazón al  terminar de rasgarse.