Paréntesis

Se le hacía difícil resistir la tentación de escribirle por privado para interesarse por Su estado, ofrecerle una vez más su ayuda y apoyo o, simplemente, por darle conversación si se aburría. Pero realmente estaba convaleciente de una operación seria, y dudaba que fuera él quien acudiese a Sus pensamientos en aquella situación y entre dolores.

Así que se conformaba con poner chistes y algún mensaje en el grupillo que tenían, confiando en que aquello fuera suficiente para que Ella supiera cuan preocupado estaba y cuan impotente de sentía.

Y, mientras tanto, no paraba de repetirse a sí mismo que aquello solo era un paréntesis, que cuando estuviera recuperada él retomaría el camino que le alejaba de Ella.

Paréntesis

Él había dado en llamarlo «sus momentos», pero las madrugadas de fin de semana en la terraza, con la compañía de la botella de bourbon y los auriculares, no eran sino los únicos paréntesis de flaqueza que se permitía. Allí daba rienda suelta a sus recuerdos, a sus esperanzas más vanas, a los deseos imposibles y, en muchas ocasiones, a las lágrimas inútiles que el alcohol y Sus canciones terminaban arrancando de sus ojos.

Y a veces, muy pocas, aún soñaba con que, desde otra terraza a cientos de kilómetros de distancia, la Dama de licor y chocolate decidiera buscar al hombre nocturno, aunque fuera por equivocación. Y que se dijeran tonterías, y que soñaran medio despiertos (o medio borrachos) con cosas imposibles. Ya habría tiempo a la mañana siguiente de recuperar el papel de «ya no significas nada para mí» para otra buena cantidad de meses