Giraba sin control, engullido una vez más por la espiral de Negrura y tristeza, más fuerte, poderosa y destructiva que ninguna otra que hubiera conocido antes. Luchaba y pataleaba como un poseso, implorando que cayera el cabo salvador que tanto había pedido, pero se le antojaba que era en vano. Todo parecía haber sido en vano, porque no conseguía encontrar ni rastro de las palabras, de las promesas, de las súplicas, de los propósitos. Todo se había desvanecido en apenas un mes.
Todo excepto la Negrura, que o lo había devorado absolutamente todo, o era tan densa que no le dejaba ver a un palmo más allá de sus narices.