Tener la cabeza ocupada (quizás demasiado) y que fueran pasando los días sin verla le ayudaba bastante en aquel largo proceso de transición que había emprendido. Pero encontrársela frente a frente, en todo su poderío y esplendor, con aquella figura menuda y demoledora a la par, y aquella mirada… Aquella maldita mirada que le robaba la razón, la voluntad y la cordura. Aquella mirada que le hacía desandar el duro camino recorrido durante los últimos ocho días.
Una hora de sufrimiento físico a cambio de caer preso de Su mirada unos pocos segundos, y probablemente de largas horas de insomnio. Cualquiera diría que estaba loco de remate, y el diría que sí: totalmente loco, pero loco de amor.