Minucia

Lo había planeado todo durante semanas: primero, jugaría al gato y al ratón con sus ojos chispeantes durante la velada;   después, esperaría el momento propicio para acercarse a su grupo y entablar la típica charla social; y por último, cuando  todas las piezas encajaran y ella volviera a colgarse de su mirada, le diría un par de frases ingeniosas, le guiñaría un ojo para deleitarse con su risa, y ambos clavarían sus ojos en los del otro durante tres interminables segundos, en un silencio que lo diría absolutamente todo.

No era gran cosa, una minucia, en realidad. Pero incluso de esa minucia se vio privado. Encajó el golpe lo mejor que pudo y siguió adelante, renqueando, cansado de soñar y de sufrir.