Lo mismo II

No era lo mismo. Después de un sábado donde la vio brillar como una estrella y apagarse como el último rescoldo de una candela, esperaba impaciente el momento de reencontrarse con Ella. Pero ya no era lo mismo: por cambios de horarios ya no podían ir juntos, sino que se reunían en el gimnasio directamente. Y no era lo mismo, porque ya no había mariposas en el estómago al verla subir a su coche, no había charlas insustanciales sobre las rutinas diarias, no había bromas y risas en apenas seis minutos de viaje. No había esa calma por saber que, tras una hora de duro entrenamiento, aún le quedaban otros 6 minutos de gozar de su compañía, de soñar con Su mirada penetrante o con una mano se demoraba más de lo debido. Seguramente pequeñeces y tonterías, las justas para acabar ilusionado el día.

Pero ya no podían compartir coche ni momentos, y aunque siguiera viéndola los días de entrenamiento, no salir juntos por la puerta no era lo mismo.

Lo mismo

No. No iba a haber aquellos café y licor pendientes; ni iba a haber más idas y venidas juntos al gimnasio; como tampoco iba a haber la conversación que él le había implorado. No iba a haber nada más, porque ya la conocía, y sabía lo que Ella sí iba a hacer: iba a encerrarse en su vida, en sus rutinas, y dejarle a él fuera. Como cada vez.

Ojalá él hubiera tenido la capacidad de hacer lo mismo.