Y, de repente sonó su teléfono, y casi se le para el corazón al ver que era Ella quien le llamaba. Cuatro millones de cosas le cruzaron por la cabeza en los cinco segundos que tardó en salir de la habitación y contestar, y aunque el motivo de la llamada fuera una bobada, la media sonrisa que le quedó pintada en la cara era bastante elocuente.
Pero después de que el teléfono sonara por segunda vez para otra consulta igual de nimia que la primera, nadie podría sacarle de la cabeza el convencimiento de que Ella necesitaba escuchar su voz tanto como él la de Ella. Y, aunque en lo más hondo supiera que no era verdad, aquella noche se durmió sonriendo: a veces, los deseos sí que se cumplían.
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Llamada
Después de una tarde rara en la que no le saludó, apenas si le habló y aparentaba evitarle, Ella levantó la mano para despedirse a lo lejos. A él le habría gustado acompañarla al menos hasta su coche, pero no le dio tiempo. Y eso a pesar de que Ella parecía demorarse y caminar más despacio de lo normal.
Así, cuando él salió al aparcamiento, no le extrañó encontrarla deteniendo el vehículo para volver a despedirse. Pero lo que vio en su cara, la tristeza que dominaba aquella mirada extrañamente larga, le gritó que algo no marchaba bien. A punto de abrir la puerta y sentarse con Ella, trató de contenerse y mostrarse amigable, de representar el papel que tenía asumido, de mantenerse a sí mismo a raya.
Se esforzó en no ver señales, en no interpretar, porque si volvía a hacerlo y se convencía de que Ella le llamaba en silencio, de que le necesitaba, haría saltar todo por los aires con tal de atender su llamada.