Licor y ganas

El último día del año lo pasaron juntos pero separados, tal y como habían decidido de antemano, haciendo ambos hercúleos esfuerzos por no quedarse mirando embobados, por interactuar con los demás, por no buscar contactos livianos de piel con piel. Casi no se hablaron, poco incluso para una pretendida charla social, y aún así lograron tener  sus pequeños momentos de complicidad.

A medida que avanzaba la tarde y se acercaba el momento de la despedida, él no cesaba de inventar pretextos, o situaciones o quimeras para terminar inaugurando el año nuevo con Ella. Y cuando se dio cuenta de que era realmente imposible, lidiar con la frustración y la impotencia fue casi peor que ver Sus fotos y leer los furtivos mensajes que Ella le escribía cuando lograba ocultarse.

Así que no, su Año Nuevo empezó con alegría ni esperanza, sino con dolor casi físico por pensar en el ansia con que se deseaban, por la necesidad de estar juntos y la incapacidad para lograrlo. Por eso, cuando horas más tarde empezaron a llegar otra vez sus mensajes, empapados de licor y ganas, y subió de tono la conversación y se desató de nuevo la Fiera, él recupero el humor, el pulso y la excitación hasta el extremo de sentir un placer tan intenso como si realmente hubieran fundido sus cuerpos en uno solo.

Que todo tuviera que cortarse de repente fue un horror, pero era el precio a pagar, la regla del juego que él había asumido y aceptado, e incluso menos dolorosa que la incertidumbre de no poder escribirle ni trabar contacto hasta que fuese seguro.