Libro

No sabía ni por donde empezar, porque lo que había pasado aquella noche tenía toda la pinta de que iba a cambiar su vida por completo y sin vuelta atrás. La historia había empezado por la tarde de la manera más tonta, con Ella contestando a uno de sus insignificantes estados sobre sus entrenamientos y, para sorpresa de él, intercambiando una buena tanda de mensajes más o menos de cortesía sobre vacaciones y vuelta al trabajo. Tras una pegunta incómoda, Ella quiso cambiar de tema radical, diciéndole que le daba licencia para preguntar lo que él quisiera. Después de mucho dudar y casi optar por parar la conversación, al final él se lió la manta a la cabeza y se curró una encuesta de guasa sobre cuántas ganas tenía Ella de verle a él, poniendo en práctica la decisión que había tomado días atrás de ser más lanzado e irreverente con Ella, porque seguía convencido de que Ella pensaba en él, y con su nueva confianza en sí mismo ya no se iba a censurar más. Sin liarla, pero sin callarse, que fuera Ella la que reculase, o no…

Al cabo de unos minutos se acobardó un poco, y le volvió a escribir para hacer uso del «regalo» de la pregunta inesperada, y esta vez ya en serio se limitó a preguntarle si aún había veces en que se acordaba de él. Escasos minutos después, vibraba su móvil con una llamada Suya. Entre risas Ella le achacó que estaba muy crecido aquella tarde, y también entre risas él contestó que lo de callarse iba a quedar atrás, que en aquel verano fantástico solo faltaba un poco de picante. El resto de la conversación fue amigable y terapéutica, sobre lo bien que se estaba con la familia y sin preocupaciones, lo necesarios que eran unos días de paz interior y tranquilidad, y cosas así. Y él la animaba a seguir disfrutando, porque pensaba que Su situación laboral la tenía mucho más agobiada de lo que Ella quería reconocer. Pero quiso insistir, porque Ella le prometió que cuando hubiera novedades, él sería el primero en saber.

Y así, después de dos llamadas y un buen rato de conversación, él le escribió sonriendo un último mensaje recordándole que no había votado en la encuesta impertinente, Ella respondió que después lo haría y añadió uno de sus conocidos «no te prometo nada», a lo que él sentenció con otro de sus clásicos «malvada…».

Un rato después, a punto de empezar a cenar, se dio cuenta de que no había tenido el móvil encima y que su reloj estaba sin batería, así que echó un vistazo a sus mensajes por si se había perdido algo, y descubrió la hecatombe: cuarto mensajes de Ella que rezaban lo siguiente:

«Sabes q no nunca t prometí nada / No me compro / Y es lo q te dije / Vete a la mierda».

Se le cortó la respiración, se quedó estupefacto. ¿En serio le había mandado a la mierda? Aquello no cuadraba, no parecía la Ella de un rato antes sino la Ella descompuesta y frustrada después de una noche de demasiado alcohol. Él trató de mantener cierta calma y le preguntó por qué le decía aquello, y que no lo entendía. Pero mientras Ella empezaba a escribir, él ató cabos y se dio cuenta de que aquello no iba para él, que Ella se había equivocado de chat. Ella trató de responder pero no escribía bien, como si realmente estuviera pasada de alcohol, confirmando que aquellos mensajes no eran para él, que todo era complicado y, con una disculpa, prometió llamarle al día siguiente. Él no le negó que tenía la cabeza hirviendo, pero que suponía que ya le contaria Ella. Pero Ella ya estaba a la defensiva, bloqueada y desarmada, y él vio que no había más que decir ni aquella noche ni, probablemente, en mucho tiempo, y se despidió ofreciéndose al menos a escucharla si era lo que Ella necesitaba. Pero Ella rehusó, no valía la pena insistir.

Y así, de la peor manera posible, es como él descubrió que todo se había acabado, pero de verdad. Porque aquellos mensajes se parecían mucho a los que Ellos intercambiaron al discutir cuando estuvieron juntos, solo que esta vez no eran para él. Aquellos mensajes parecían hacer realidad aquella pesadilla recurrente en la que él quedaba totalmente apartado de Su vida. Porque, aunque no se atrevía ni a pensarlo, aquellos mensajes presagiaban que no iba a haber bourbon suficiente en el mundo para consolarle, porque no había océanos en el mundo capaces de absorber el diluvio de lágrimas que estaban por venir.

Porque, si él estaba en lo cierto, no era ya que Ella hubiera pasado página, era que directamente había cambiado de libro.