Sabía que tenía el combate perdido, pero había decidido perder con honor, a los puntos. Por eso, después de tanta finta y tanta esquiva, no lo vio venir: el cross de derechas le dio directo en la nariz, y todo se volvió rojo y borroso. Ahí terminó el combate y su carrera, tumbado boca arriba en la lona, preguntándose cómo tres simples palabras habían logrado romper su guardia y su corazón.