Tenía toda la pinta de ser un pequeño paréntesis, pero la noche de su cumpleaños Ella volvió a ser Ella, él volvió a ser él, y juntos volvieron a ser como siempre: buscándose, mirándose, rozándose, teniendo que emplearse a fondo para disimular en medio de la gente. Muy a fundo, de hecho, para no besarse en algún momento concreto. No era el triunfo con que él soñaba, pero era un pequeño consuelo.
Lo mejor fue que al día siguiente Ella le invitó a pasar el día en Su piscina, y fue un día maravilloso. Ella seguía siendo Ella, él seguía siendo él, y se buscaron y se miraron, y aunque tuvieron que multiplicar las precauciones por mil, casi buscaron el momento para besarse. Al final el riesgo era demasiado alto, y se impuso la prudencia.
Así que cuando él llegó a su casa, decidió terminar por todo lo alto y le mandó la canción que tenía reservada desde hacía meses, y que había jurado que no le enviaría. Aunque al día siguiente Ella se marchase por un mes y volviera el silencio y la distancia, y él retomaste el plan de dejar de escribir y separarse del todo de Ella, aquel domingo jodidamente maravilloso bien merecía una buena canción.
Y, ¿quién podía asegurar que una conjunción cósmica e inesperada, igual que la del añorado 16 de diciembre, y un poquito de voluntad no les iba a colocar a ambos en los brazos del otro?
Soñar seguía siendo gratis.