No fallaba, siempre igual. Cada vez que él se armaba de valor y respiraba hondo para disponerse a cambiar las cosas, ocurría algo que lo cambiaba todo: una llamada, un mensaje, una mirada, una cerveza a mediodía. Esta vez habían sido unas simples palabras inesperadas al final de un mensaje las que se llevaron todo su valor y todo su aire.
Por muy firme que fuera su convicción, el poder que Ella aún ostentaba sobre él era inmenso. Tanto, que realmente le parecía imposible enfrentarse a él.