Llevaba una semana sin escribir. Y no era por falta de sentimiento, porque la seguía queriendo con toda su alma; era, simple y llanamente, por falta de material. Estaba claro que la situación de la pandemia lo complicaba todo, pero sin verse, sin hablarse, sin escribirse, sin tener contacto era difícil que algo se removiera en su interior y le empujara a teclear. Quizá había llegado el momento de poner el candado en la puerta del Refugio, al menos por un tiempo.
Pero después pensaba que aquel espacio era el único vínculo que le quedaba con Ella, la única prueba de que toda aquella historia había sido real en lo bueno, en lo malo y en lo peor. Y, aunque le daba vergüenza admitir semejante alarde de ingenuidad, era la última posibilidad de que Ella se siguiera interesando por él, de que se negara, igual que hacía él, a borrar de una vez por todas unos sentimientos que no pudo o no supo manejar.
Así que decidió que no, que aunque tardase días en volver, continuaría regresando de vez en cuando a su Refugio, aunque fuera para hablar de él y no de Ella.