Era absolutamente imposible, pero bastó que alguien con un peinado y una complexión parecida a la Suya apareciera de repente, para que su respiración se detuviera durante unos segundos.
Los separaban más un centenar de kilómetros de distancia física y unos cuantos años luz de distancia emocional, pero aquel maldito hilo rojo que los mantenía unidos de por vida seguía tirando y tirando.
Y dolía.