Pasó aquel domingo aguantando el tipo, mostrándose cordialmente distante, incluso cuando Ella se plantó frente a él para guardar algo en su mochila durante un interminable minuto. Sólo tuvo un momento de flaqueza cuando, conduciendo tras Su coche, el atardecer pintó el cielo de naranja y rojo y malva y violeta, y por los altavoces sonaban una tras otra todas las canciones que le rerdaban a Ella: en aquel momento habría vendido a su propia madre por ser él quien fuera sentado en el asiento de Su copiloto, por poder detener el coche y contemplar abrazados semejante espectáculo sentados sobre el capó.
Pero el sol se puso, los colores se apagaron, y mientras cada uno conducía hacia su casa, logró con esfuerzo recuperar la compostura