Contemplaba el firmamento nocturno, especialmente plagado de estrellas aquella noche, y recordaba cuántas veces lo había contemplado igual, con el bourbon ardiendo en su garganta y los auriculares atronando en sus oídos, pero opacado por un velo de lágrimas.
Y sin embargo, aquella noche las veía con total claridad. No ya porque supiese que pasarían semanas antes de que se vieran de nuevo, sino porque, más allá de promesas de nuevas miradas y nuevos labios en los suyos, había llegado al convencimiento de que para aquella historia el cupo de lágrimas estaba más que agotado.