Tres días, sólo tres días más para volver a verla. Ambos asistían a una comida de amigos y, aunque su imaginación todavía pugnaba por volar y embarcarle en alocadas fantasías, él ya no esperaba nada de aquella velada: ni roces «accidentales» de piel con piel, ni comentarios pícaros, ni sonrisas maliciosas. Ni siquiera esperaba aquellas miradas eternas tan Suyas.
Simplemente se conformaba con tenerla cerca, con escuchar su risa y poder contemplar su belleza. Con saber que Ella era feliz aunque no tuviera nada que ver con él.