Se las habían apañado para pasar juntos aquel último sábado de las vacaciones, aunque fuera acompañados de más gente. Disimulando y controlando, tuvieron sus pequeños momentos de miradas, de roces, de casi besos, incluso de manos que se acoplaban a «lugares» hechos a medida. Y aunque ambos ardían por dentro, y aprovechaban los escasos segundos a solas para decirse lo que se tenían que decir, se conformaban con poder estar cerca el uno del otro, al menos hasta que pudieran tenerse otra vez.
Porque habría otra vez, tenía que haberla. Y cuando Ella le aseguró, en uno de aquellos mínimos momentos a solas, que ya estaba ideando nuevos planes para ellos, él pensó que iba a explotar de puto éxtasis: la criatura más maravillosa del universo le seguía buscando, ¿quién podía pedir más?