Se sentía como un auténtico imbécil. Apenas hacía un rato que había vuelto a escribir sobre Ella, sobre cuánto la adoraba, cuánto la echaba de menos y cuánto le dolía, y ahora leía la cita que Ella había publicado en una red social sobre no desperdiciar tiempo donde uno no se siente cómodo, donde las personas o los sentimientos traen estrés o drenan la energía.
Lo último que sabía de Ella, y el análisis de las canciones que le había enviado meses atrás denotaban que Ella también atravesaba una mala racha, y él conocía de sobra el peso de Sus responsabilidades y lo infeliz que la hacían. Pero al leer aquella cita, después de meses de silencio y alejamiento, de que incluso su amistad pareciera haberse evaporado, le hizo auto-incluirse en el grupo de personas tóxicas para Ella, y le pareció injusto: no que Ella así lo sintiera, sino que no tuviera el valor, la dignidad o la piedad de decírselo a él. Lo conocía de sobra para saber siempre prefería tener las cosas claras, que sería capaz de soportarlo y adaptarse. Y, sobre todo, que le ayudaría a dar el golpe de timón definitivo que les vendría bien a ambos, si es que «su barco» se había hundido del todo.
Pero de aquella manera él se sentía doblemente estúpido: primero por volver a atribuirse «méritos» que probablemente ni siquiera tenían que ver con él; y segundo, por seguir sufriendo como lo hacía, por seguir sufriendo por Ella.