Pues no, no iba a dejar de escribir. No podía negar que quizás el efecto de su Refugio fuera contraproducente y le hiciera darle más vueltas a las cosas de las debidas. Pero había un hecho innegable, aquellas páginas digitales que nadie leería nunca hacían el papel del amigo, el apoyo, el confesor que él no tenía y tanto necesitaba. Y aunque lo tuviera, no sería capaz de decir nada que pudiera comprometerla a Ella, nunca lo había hecho.
Así que no, no iba a dejar de escribir, porque ni él más fuerte del mundo podría mantener dentro semejante carga. Y él era de todo menos fuerte.
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Escribir
Escribir. Debería dejar de escribir, pero no podía dejar de escribir. ¿Dónde iba a encontrar consuelo, sino en su Refugio Perdido? ¿Dónde iba coger oxígeno, sino en aquel reducto fuera del mundo, en el que podía dar rienda suelta a sus sentimientos, a sus miedos o a sus frustraciones? ¿Dónde iba a seguir esperándola, sino en el único lugar seguro para ambos?
Escribir. No podía dejar de escribir, pero debería dejar de escribir.
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Inventaba mil excusas cada vez que le preguntaban por qué ya no escribía, pero el auténtico motivo era muy simple: no podía escribirle a quien él quería, y no quería escribirle a quien él podía.