Bueno, otro día que me cuesta encontrar el momento, esto de estar acompañado las veinticuatro horas del día lo complica todo. Pero en fin, se hace lo que se puede…
El caso es que el día comenzó bien porque, aunque no estaba planeado, tuve que salir a comprar. Y desde el mismo momento en que crucé la puerta, sabía que nos íbamos a encontrar. Llámalo premonición, llámalo corazonada, llámalo como quieras, pero estaba seguro. Por eso, cuando me giré y te vi acercarte, no me sorprendí lo más mínimo, sino que me solté para mis adentros un ¿ves? ¡Lo sabía! como un piano de grande. En ese primer instante se me revolvió todo por dentro, como siempre que te veo aparecer. No importa cuán meditadas tenga las cosas, cuán realista trate de ser: apareces tú y todo lo demás se acaba. Pero, en fin, eso es otra historia que me guardo para la otra parte del Refugio, la de mis desahogos
Para sacarte una sonrisa te voy a contar algo que sucedió después de que nos despidiéramos, y aunque es una chorrada, para mí ha tenido su gracia. El caso es que mientras yo daba vueltas como pollo sin cabeza por un súper en el que no suelo comprar, me crucé varias veces con una mujer, más o menos de nuestra edad, que me llamó la atención. Me resultó atractiva, con ese punto voluptuoso que sabes que me gusta, pero sobre todo con unos ojos y unos rasgos muy expresivos. Pues bien, cuando me dirigía al final de la cola para pagar me crucé de nuevo con ella, que ya estaba en la fila, y noté como ella me hacía una «radiografía» de estas de pies a cabeza. Yo me hice un poco el tonto y me coloqué en el último lugar de la cola, pensando en que no estoy yo acostumbrado a que me miren de esa forma. Pero lo bueno es que al cabo de unos minutos, veo que le llega el turno a esta mujer de pasar por caja, y le toca justo en la caja que está enfrente de mí, en visual directa: y de buenas a primeras me lanza varias miradas, empieza a atusarse el pelo, saca las compras de la cesta tratando de no darme la espalda y con poses raras… Vamos, que por mucho que uno ande fuera del juego desde hace años, las señales se siguen reconociendo de sobra, y no exagero si digo que, en aquellos escasos minutos, la señora en cuestión ha flirteado conmigo de manera casi escandalosa. Algo parecido a la señora de los calabacines que conocí hace algún tiempo en el mercadona, creo que te lo conté. Y más allá del valor meramente anecdótico de la situación, pues mira, me he ido contento para casa, pensando que tan mal como yo me veo no debo estar si una desconocida se toma tantas molestias por lucirse ante mis ojos…. jajajajaja.
Así que ya ves, entre esto, y una una conversación sobre mí en mi cole que me contaron justo antes del confinamiento, ¡al final me voy a creer que soy Casanova! Yo y mis historias, ya sabes. Mañana más, espero. Cuídate mucho, por favor.
Ya sabes dónde estoy.