Y al final, en otra tarde de domingo solitaria y melancólica, lo único que le venía a la cabeza una y otra vez eran Sus ojos enroscados en los suyos como sólo Ella sabía hacerlo, y las palabras de advertencia que salían de su boca contra su propia voluntad: «es que si me sigues mirando así…»
Porque en aquel preciso momento, después de tantas idas y venidas, después de tantos enfados y discursos, después de tanto silencio, tuvo que reunir toda su fuerza para no acortar el metro de distancia que les separaba y besarla. Y más teniendo la cereza absoluta de que Ella le habría besado a él también.