Iba distraído, mirando al suelo y pensando en cosas triviales. Cuando alzó la vista y se la encontró a un metro de distancia, con aquellos ojos ardientes y aquella sonrisa cegadora, le costó un eterno segundo reaccionar: la saludó, mantuvo la charla formal de rigor y se despidió. Las horas de maldecir al destino se las reservaba para por la noche.
Encuentro
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