Dos únicas palabras

Si la noche anterior sentía que le faltaban las palabras, aquella noche de domingo (sí, precisamente de domingo) creía todo lo contrario, creía que le sobraban las palabras: no las necesitaba para estrecharla entre sus brazos y estrellarse contra Sus labios según Ella entraba por la puerta de su casa; no necesitaba palabras para plantar un beso en cada milímetro de Su piel hasta que Ella se estremeciera de puro placer; no necesitaba palabras para entregarse a Ella por completo y follarse mutuamente hasta que su cama pidiese una ambulancia; no necesitaba palabras para acurrucarse a Su lado y mirarse hasta lo más profundo del alma, con sus dedos rozando apenas Su espalda; no necesitaba palabras para sentarse a contemplarla mientras se duchaba y se secaba con la toalla que solo era para Ella; ni siquiera necesitaba las palabras típicas de la T y la Q, porque Ella ya las sabía más que de sobra.

Las dos únicas palabras que sí que necesitaba, justo en el momento de la despedida eran fáciles: «¿cuándo vuelves?»