Aquella noche sí, empujado por el sofocante calor aquella noche se sentó en el balcón con un bourbon en la mano y los auriculares en las orejas. Y mientras dejaba sonar las canciones, las de la lista de los dos, reparó en que, de las diecisiete horas que llevaba despierto, había pasado las diecisiete pensando en Ella.
Había pensando, sobrepensado, imaginado, añorado, anhelado, rabiado, renunciado y claudicado, diecisiete horas daban para mucho. Pero después, cuando el bourbon hiciera su efecto, llegaría lo peor: llegarían los demonios de la tristeza y la desesperación, los demonios que solo Su amor mantenía a raya. Aquellos demonios que, una vez más, andaban libres de nuevo.