Dieciocho horas

Seguía casi sin creérselo, sin querer procesarlo por miedo a que se desvaneciera, sin apenas respirar para que aquellas dieciocho horas no terminasen nunca: Sus besos, Sus caricias, Sus miradas, Sus ganas de verle, Sus planes con él, Sus mensajes, la luz que salía de Sus ojos, la media sonrisa que le volvía loco.

Así que, por una vez, no iba a pensar, ni a analizar, ni nada de nada. Se iba a dejar llevar, iba a disfrutar cada instante que durase aquella maravillosa locura, iba a soñar dormido y despierto, sin que importase nada más en este mundo que Ella, Sus ojos y Sus labios.