Demoledor

Había ido al bar para librarse de otro compromiso, pero no tenía ni ganas ni ánimo, más que nada porque estaba su hermano y quería compartir un rato con él. Entonces entró Ella, con aquel vestido rojo demoledor, y todo dejó de importar. Solo estaban Ella y Sus miradas eternas, las miradas que más decían en el mundo sin articular palabra.

A él se le retorcían las entrañas. Era como haber saltado hacia atrás en el tiempo, a la época en que se tenía que conformar con Sus ojos. Pero peor, porque ahora aún podía sentir el tacto de Sus labios, el roce de Su piel, los lunares de Su cuerpo, la asombrosa figura bajo el vestido rojo. Sus miradas no le invitaban a imaginar, sino que le obligaban a recordar lo que había tenido y había perdido, lo que podría ser pero no iba a ser. Y aquello, al igual que Su vestido, era demoledor.