Pasar dos veces por semana por aquel cruce, el que llevaba al pueblo donde Ella estuvo cerca de verdad (aunque luego lo negara) por última vez, donde sólo el ruido de los niños demasiado próximos le había detenido en su impulso de besarla cuando Ella fue a verle, era doloroso y casi cruel. No podía evitar sentir la punzada en las entrañas, y más ahora que Ella le había sacado del todo de Su vida.
Pero todavía peor que la herida era pensar que aún le quedaban cuatro meses de seguir pasando dos veces por semana por aquel dichoso cruce.