Confinado

Volvía a estar confinado, y volvía a llevarlo muy mal. No era el miedo a la enfermedad, ni el hastío de las largas horas de teletrabajo; no era la inquietud por saber si había conseguido burlar al virus por quinta vez, ni siquiera por el sentimiento de soledad perpetua. Era simplemente que, encerrado en casa, tenía demasiadas horas para pensar.

Era inevitable, no lo podía remediar. Su cabeza empezaba a dar vueltas, y todo lo que aparecía ante él era su infelicidad, su ansiedad, su añoranza. Aparecía Ella, pero con un cristal delante como en un museo, para recordarle que aquella distancia ya no se iba a recortar.