Había empleado todas sus fuerzas, todo su empeño, toda su incipiente fuerza de voluntad en ignorar la fecha del día anterior, en bloquear el más mínimo atisbo de sentimiento, en cercenar la necesidad de escribir, pero al final no pudo evitarlo: justamente una año atrás, él decidió arriesgarlo todo por salir corriendo a Su encuentro, por estrellarse contra Sus labios y sumergirse en Su perfume, por sentir el embriagador contacto de Sus dedos, por Ella. Doce meses después, lo único que persistía era aquella trampa en forma de promesa que Ella le pidió formular, porque hasta las mismas cenizas de aquel amor habían sido arrastradas por el viento.
Pero después de muchas vueltas y muchas canciones en la cama, se convenció de que no tenía sentido oponer tan tenaz resistencia, porque cada vez que pasara por aquel aparcamiento no lograría evitar el recuerdo de aquel momento inesperado, inexplicable, maravilloso y emocionante que vivieron sentados en su coche. Al fin y al cabo, aquello era lo que tenían los aniversarios, que permanecían grabados a fuego en la memoria, por muy lacerante y desoladora que fuera la comparación con la realidad posterior.