Se sentía culpable. No había hecho nada especial por Ella en el día de Su cumpleaños. Podía agarrarse al clavo ardiendo de haber promovido un vídeo que, sin su insistencia, no se habría realizado, pero aquello era una pequeñez. Meses atrás tuvo una idea genial para sorprenderla, pero después todo saltó por los aires, llegó el auténtico Silencio, y su idea dejó de ser genial. Luego, durante el confinamiento, ideó un nuevo plan mezclando un poema, una música y su voz, al estilo de aquella iniciativa que tanto gustaba a ambos, pero un problema técnico y la sensación de no estar a la altura, de no ser más que una burda falsificación, le hicieron desistir. Lo siguiente, y ya con prisas, era una felicitación especial y privada, acompañada por una canción, como (tantas) otras veces. Pero dudó de que a Ella le hiciera ilusión, de que significase algo especial que no sonara a recaída y vuelta a las andadas, y también lo desechó. Así, por último, pensó en un epílogo de su fallida «Operación Enclosure» con la vana esperanza de que a Ella le diera por seguir visitando su Refugio de vez en cuando; pero, al principio, no lograba encontrar las palabras, y cuando las encontró, las obligaciones laborales y familiares le arrebataron la ocasión.
Así que, entre unas cosas y otras, se pasó el día de Su cumpleaños sin que él hiciera nada especial por Ella, mostrando la supuesta indiferencia que su cerebro dictador exigía para lograr desengancharse del todo. Y se sintió más culpable todavía al ver la foto que Ella publicó comentando cuán feliz se sentía, sin que él hubiera tenido nada que ver. Dolía, pero era así.
Era tal y como tenía que ser.