Como cualquier otro

Era miércoles. Aún faltaba un rato para que sonase el despertador, pero era inútil internar volver a dormir. Sabía que hablaría con Ella porque él tenía consulta médica, y le había prometido contarle el resultado. Tenía que preguntarle también por algo que Ella escribió sobre que empezaban los cambios en Su vida la semana siguiente, y quería tener detalles. Todo muy formal, todo muy correcto, porque el día sin filtros había terminado y tenía que evitar hablar de lo que había pasado, y de lo triste y asustado que estaba.

Pero lo peor es que era miércoles y, a diferencia de los anteriores, no iba a sonar el timbre de su casa, ni iba a aparecer Ella arrojándose a sus brazos apenas abriera la puerta. Era miércoles, un puto miércoles vacío como cualquier otro.

Como tantas veces

Todavía le seguía pasando: a cada paso que daba en sus vacaciones, pensaba en lo maravilloso que sería compartirlo con ella. Pensaba en lo que le gustarían los edificios, la fauna y la flora, los senderos en medio del bosque, los paseos al borde del mar, la niebla cubriendo la cima de las montañas. Y pensaba en el placer de vivirlo con Ella, aunque fuera en silencio y a dos metros de distancia, como tantas veces.

Luego pensaba en que aquello ya nunca iba a volver a ocurrir y, aunque los momentos y lugares continuaban conservando su belleza, la magia se esfumaba en un instante.

Cómo

Que Ella confesara públicamente que no estaba bien de ánimos, ya era raro; pero que lo hiciera dos veces en la misma conversación, rayaba lo n insólito. Así que él, una vez vencido el primer impulso de levantarse de la mesa y abrazarla bien fuerte, y dominado por una mezcla de preocupación, ternura y responsabilidad, decidió que tenía que hacer algo, tenía que estar «ahí» por y para Ella. No iba a dar por hecho que Ella lo sabía, esta vez tenía que demostrárselo. Sin condiciones, sin intereses, sin historias.

Ya sabía lo que tenía que hacer: otra cosa sería encontrar el «cómo».