Que Ella apareciera aquella tarde en la peor de las compañías posibles, y que estuviera toda la velada a un metro escaso de él, pero sin la más mínima opción de compartir ni unos míseros minutos, o unas palabras, o un par de miradas de las Suyas, se le hizo un castigo excesivamente cruel y desmedido.
A fin de cuentas, y echando la vista atrás, se le partía lo poco que le quedaba de corazón al pensar en que, en lo relativo a Ella, tendría que conformarse simplemente con coincidir. Como si fueran extraños, como si apenas se conocieran, como si nunca se hubieran amado.
Simplemente coincidir.