En cuanto llegó la primera noche de verano sin calor abrasador, agarró la botella de bourbon, un cuenco con hielo y sus auriculares y se dispuso a aislarse por un rato de todo en la terraza.
Pensó en Ella, en cuánto tiempo hacía que no la veía; pensó en que no tenía ni idea de cuándo volvería a verla; pensó en que Ella no se encontraba bien, y él no le había ofrecido su ayuda; pensó en que le seguía costando la misma vida convencerse de que todo había cambiado; pensó en que, en lo más profundo de su ser, aún conservaba la remota esperanza de que Ella volviera a escribirle aquellas dos simples palabras, «anda, ven»; pensó en cuánto odiaba que, aunque tuviera mil razones para salir corriendo, solo necesitara una buena para quedarse a Su lado, como decía la canción; pensó en que daría una mano por otra de aquellas noches de cenas, de copas, de miradas y de risas en el taxi que solo disfrutaban ellos dos; pensó en que la conversación, posiblemente la última, que mantuvieron por teléfono semanas antes no se pareció en nada a lo que debería haber sido; pensó en que la echaba de menos.
Pero cuando la botella de bourbon se terminó, pensó en que, por más ganas de quedarse en la terraza que tuviera, no le quedaba más remedio que irse a la cama: daba igual cuánto estrujara la botella, nada más iba a salir de ella. Qué acertada metáfora.
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Arcoiris
Después de media noche sin dormir, y la otra media llena de pesadillas y añoranzas, estaba sentado demasiado temprano en el borde de la cama, con la sensación de que podría quedarse igual durante dos meses sin moverse.
Como decía su cantante favorito, se sentía tan triste y solo que hasta el arcoiris salía en blanco y negro.
Vídeo
Había llegado a creerse que estaba haciendo progresos, pero hizo falta muy poco para demostrarle cuán equivocado estaba. Y no porque el poema no fuera bellísimo y extraordinarias las voces que lo declamaban, sino porque podría haber sido un signo de complicidad, un guiño, una señal, un atisbo de ese milagro que él seguía esperando en contra de sí mismo. Pero no, no fue nada de aquello. Fue un vídeo compartido en un grupo de chat. De hecho, la mayoría de la gente de aquel grupo ni siquiera se dignó en contestar, ni en agradecer que les dedicaran semejante pedazo de puro arte cantando a la amistad. Como decía el viejo refrán, Dios da pan a quien no tiene hambre…
Él, por contra, se tragó aquel poema como si fuera una cuchilla que fue desgarrando todo a su paso, como un golpe de estaca que le mandaba directo al barro otra vez. Así que se permitió una tarde de revolcarse en el cieno, de llorar por dentro, porque tratar de levantarse rápido de golpes semejantes solo hacía que volviera a caer. Daba igual todo, porque los milagros no existían, por mucho que Jon Bon Jovi se empeñase en cantarle lo contrario.
Al menos una cosa tenía clara: el camino iba a ser duro y doloroso, y aunque lo peor aún estaba por llegar con los reencuentros, los viajes o las celebraciones, aquel camino era su única opción. Por mucho que doliera, por muchas lágrimas y canciones desperdiciadas, por muy privado que se viera de Su risa, aquel era el único camino posible.
Estacazo
Seguía viviendo su duelo. Ella no tardó ni un día en cargar contra él a la primera oportunidad que tuvo, y aquello le dolió, porque fue la confirmación de sus peores temores en forma de estacazo. Como decía la canción, casi que prefería morir primero, para no ver el final. Al menos, no aquel final.
Supervivencia
El esfuerzo estaba siendo titánico, porque la canción que Ella le había mandado después de aquella maravillosa tarde, después de haber sentido de nuevo cómo Ella se había apretado fuerte contra él, le había partido por la mitad. Y si, además, de casualidad había encontrado otra canción de una banda que a Ella le gustaba y que resultaba la respuesta perfecta a la Suya, la situación ya rayaba en la tortura.
Había perdido la cuenta de las veces que había pegado el enlace de la canción en un mensaje, aunque siempre había logrado pulsar el botón de borrar en lugar de enviar. Algo en su interior le decía que, aunque Ella hubiera querido mostrarle alguna de sus cartas por una vez, la deriva seguía siendo la misma, distancia y silencio.
Así que no le quedaba más remedio que seguir apretando los dientes y escupiendo cada mañana los escasos pedazos de corazón que le quedaban. Algunos, incluso Ella misma, lo llamarían cobardía; él preferirá llamarlo instinto de supervivencia.
Cenizas
Sonó una de Sus canciones, aquella que hablaba de estar «a dos pasos de la casa del otro», en un lugar en el que nuca debería de sonar, y él no pudo reprimir el impulso de escribirle y contárselo. Pero Ella no contestó. Nada,
Y con aquel nuevo silencio, deliberado o no, llegó la confirmación definitiva: él arrojaba la toalla, se rendía. La daba por perdida, porque tras aquellos meses de distancia y silencio ensordecedor, de haberle suplicado Su apoyo y Su ayuda para tratar de mantenerse a flote y que Ella no estuviera ahí, no le quedaba más remedio que admitir la cruda realidad: ni amor, ni sentimientos, ni afinidad, ni amistad. Por no quedar, no parecía haber ni siquiera las cenizas del incendio que lo había calcinado todo.
Así que se rendía. Y mientras se secaba las lágrimas, empezó a pensar en cómo iba a dejar de esperar Sus llamadas o mensajes, cómo dejar de proponer salir a las cañas, cómo cancelar definitivamente los restos de planes conjuntos que aún flotaban de meses anteriores, cómo dejar de buscar Sus «me gusta» en las redes sociales, cómo dejar de soñar con que Ella leía lo que él escribía. Intentaría atesorar los buenos recuerdos, al menos los que no le dolieran mucho, y hacer acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para que, cuando antes o después coincidieran, fuera capaz de hacer de tripas corazón y mantener la compostura.
Con dolorosa serenidad aceptaba que aquello había llegado al final, que Ella le había sacado por completo de Su vida. Pero nunca podría comprender que todo acabara así, tan frío, sin mediar palabra. No se lo merecía.
Todo sigue igual: parte final
(… Continuación)
Ella ya no volvió a contestar. Podía imaginársela con el ceño fruncido, la mirada baja y lanzando maldiciones e improperios sin cesar,jurando y perjurando que hasta allí habían llegado, que se había acabado, que ya no quedaba nada más. Y tomando las decisiones que siempre tomaba hacia él: más frialdad, más distancia, más silencio. Se alejaría de nuevo un tiempo hasta que, tal vez por la insistencia de él o porque flaquearan Sus propias defensas, se dejaría llevar de nuevo y confiaría en que él hiciera lo que Ella esperaba que hiciera. O puede que no, porque como Ella nunca le había abierto su corazón hasta aquel punto, él tenía que limitarse a hacer suposiciones.
Lo único claro, tumbado en su cama a las tres de la madrugada y sin poder dormir, era que se avecinaban tiempos aún más duros para él, porque aunque aquella tarde había descubierto que Ella aún le seguía soñando, como decía la canción, también continuaba pensando que nunca estarían juntos, y lucharía contra Sus sentimientos con todas Sus fuerzas, alejándose lo máximo posible de él, sembrando todo el silencio que fuera capaz.
En el fondo, Ella tenía razón, y todo seguía igual: habían vuelto a la casilla de salida.
Luchador
Leyó una cita de Murakami sobre la tormenta, y se detuvo por un momento a reflexionar sobre cuánto tiempo llevaba él luchando por salir de la suya, cuántas energías había malgastado y cuántas le quedaban aún.
Porque, como en la canción de Bon Jovi, estaba seguro de que él era un Luchador, uno de aquellos que nunca se rendía, que a trancas y barrancas seguía dando un paso tras otro, uno de aquellos cuyo nombre nunca sería recordado.
Eso sí, que hubiera ido perdiendo una a una todas las batallas en que había luchado ya era otra cuestión.
Menos
Cada vez quedaban menos dudas. Ella ya no le seguía soñando; él ya no le hacía sentir como el viento; Ella ya no le iba a reservar un asiento a Su lado; ya no iban a estar a dos pasos de la casa del otro; si historia ya no seguiría estando precisamente inacabada; no iba a haber más magia, ni más llamas, ni todo iba a comenzar de nuevo; él besaría el suelo de nuevo, y aunque llegaría a sentirse mejor, no iba a ser hoy; recorrería el largo camino hacia abajo, sin más razones para luchar; no le pediría que le recordara, ni que le acompañara al sitio de su recreo, ni que Ella fuera su medicina, ni él su remedio; sería siempre diciembre para él, y aunque Ella nunca lo supiera, los recordaría siempre de aquella manera: sonriendo y mirándose a los ojos, con el mundo detenido a su alrededor.
Cada vez quedaban menos dudas. Cada vez quedaban menos esperanzas. Cada vez quedaba menos de todo.
Debería III
Debería haberlo sabido, debería conocerse mejor. Debería haber tenido en cuenta que estaba casi fuera de control, y que en semejantes circunstancias siempre daba demasiados pasos en falso. Debería haber recapitulando todas las veces en que, como buen adicto, el mono le llevaba a cometer estupideces, y se había dejado dominar por la ansiedad y la impaciencia. Debería haber recordado que, a propósito o por pura casualidad, todo el mundo veía sus fotos y sus canciones excepto Ella. Debería haberse cansado de escribir, y más después de la última Tormenta. Debería haber tenido presente que, tras cada paso adelante en su dirección, Ella siempre daba dos hacia atrás.
Debería no haber olvidado que su amor era un caso perdido, que empeñarse en seguir volviendo la cara hacia Ella era como empeñarse en plantar flores en la arena.