Estaba preparándose la cena con música aleatoria, ni siquiera tenía puesta una de sus listas, cuando saltó el tema «Lover», de Taylor Swift. Era una de aquellas canciones que tenía que evitar a toda costa, porque justo por esa canción Ella le llamaba «lover» un año atrás. Y claro, ahora se le hacía un nudo en las entrañas cada vez que sonaba.
Aquella noche la dejó sonar, sin saber muy bien por qué, al tiempo que pensaba en qué sentiría Ella cuando sonaran aquellas canciones que tanto les habían unido. Porque Su silencio podría ocultar muchas cosas, pero una canción especial siempre era una canción especial, y los sentimientos y recuerdos que traía consigo eran imborrables.
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Besar el suelo
Llevaba muchos días sin escribir, y no era porque no pensara en Ella, que lo hacía. Era porque se había convencido de una vez por todas de que su historia con Ella se había acabado, y que no tenía sentido continuar dándole vueltas. Por eso, había seguido Su ejemplo y se había encerrado en su propio caparazón, esforzándose por dejar fuera todo lo que pudiera hacerle volver a añorarla: canciones, memes, reels, películas, libros, lugares, recuerdos… Todo, incluso su Refugio, que se había terminado convirtiendo en un diario sobre Ella más que en un descanso para él. Y seguir escribiendo sobre lo poco (o nada) que sabía de Ella, los escuetos mensajes que se habían cruzado en las últimas semanas o que las luces de Navidad del vecino no habían vuelto a encenderse no contribuía sino a hacerle más daño en vez de aliviarle.
Pero al día siguiente iban a comer juntos, iban a dedicarse al «mendingueo» como tantas veces, y en cuanto el alcohol empezase a hacer su trabajo sabía que volverían las miradas, los momentos, los roces y las ansias. Y no sabía si estaba preparado para aquello, para no volver a caer en el juego, para no responder a cada gesto de Ella, a no desearla con todas sus fuerzas, a no volver a intentar convencerla de que juntos serían invencibles.
Así que, después de muchos días, se armó de auriculares y bourbon, desafió al frío de la madrugada otoñal y se salió a su querido balcón, a buscar las palabras con que expresar el miedo que le daba verla de nuevo y, como decía la vieja canción, besar el suelo otra vez.
Qué bien
Qué bien le sentaba que su móvil vibrara y fuese alguien contándole las ganas que tenía de verle; qué bien que, como decía la canción, alguien se hubiera puesto en medio de repente; qué bien que hubiera de nuevo manos que le buscaban, labios que le curaban, susurros que le encendían y respiraciones que se entrecortaban; qué bien volver a sentirse interesante, querido, atractivo y deseado.
Y que mal que fuera otra persona y no Ella.
Odiar
Había perdido la cuenta de las veces que había escrito cuánto odiaba los domingos. Pero, durante un breve lapso de tiempo, disfrutó escuchando aquella canción maravillosa que hablaba de «terminar nuestros domingos follando como animales», y parecía que la jornada se le hacía menos larga y deprimente.
Ahora, después de un verano realmente criminal al que aún no sabía cómo estaba sobreviviendo, la canción había perdido todo su significado, y él volvía a odiar los domingos con más fuerza que nunca.
2/Catorce
Había decidido que no iba a escribir aquella noche, ni a hacer foto del bourbon. De hecho, ni siquiera iba a salir al balcón, no tenía ganas de otra llantina de las suyas. Trató de reconvertir otro plantón descarado en una noche de cine casero, vino y sushi, como si con aquella mierda de publicación fuera a convencer a alguien de que estaba muy feliz y muy contento por su cuenta, y se acostó en cuanto terminó la peli. Pero hacía calor en su habitación y no lograba conciliar el sueño, así que al final agarró los auriculares y se sirvió un bourbon en el balcón de siempre. Se pegó dos buenos lingotazos dobles, dudó en hacer la foto solo para Ella al final, pero la canción que le salió fue una de aquel reguetonero con poco talento, muchos problemas de dicción, exceso de auto-tune, y letras muy subidas de tono que tanto le gustaba le gustaba a Ella, y no le pareció apropiado usarla después de que su época de encuentros íntimos parecía cosa del pasado por mucho que les representase al detalle.
Pero justo cuando estaba a punto de irse nuevamente a la cama, como por arte de magia (o porque realmente sabía que él estaría ahí), apareció Ella respondiendo a la mierda de foto del sushi, y comentándole que se volvían un día antes de la playa. Con aquella sutileza tan Suya dio por hecho que él tendría ya planes, pero que en caso contrario podrían hacer por quedar para tomar algo, y a él se le cayó el mundo encima: efectivamente se había buscado plan regulero con tal de no pasar otra noche solo en casa, tan regulero que le dejaba unos horarios casi imposibles para intentar verla a Ella y cuadrarlo todo. Porque, por más que se hubiera jurado a sí mismo lo contrario aquellos días, no podía dejar de acudir a Su llamada, aunque fuera una cerveza rápida en unos pocos minutos.
Era Ella haciendo por verle, ¿cómo iba a decirle que no? Por mucho que la lucecita roja de «friendzone» parpadease sin parar, por mucho que su cerebro le gritase que se trataba sólo de un gesto amistoso, era Ella haciendo por verle, y las canciones del puto reguetonero resonaban de repente en su cabeza sin descanso.
Era Ella queriendo verle.
Invisibilidad
Cuando pensó en que se le iban a hacer difíciles aquellos días, no creyó fueran a serlo tanto: en su segunda jornada «vacacional» tuvo que dar por cancelada una comida de reunión con antiguas compañeras en otra ciudad porque no se molestaron en contestar a sus mensajes pidiendo detalles la noche antes, tuvo que conformarse con una disculpa muy poco elaborada un par de horas antes de comer; a medida que pasaba el día, también le cancelaron dos planes para el fin de semana, porque a todo el mundo le surgieron imprevistos o compromisos. Así que, después de un día sin salir de casa ni hablar con nadie, optó por ir al gimnasio a últimísima hora y demasiado cansado para entrenar, con tal de despejarse un poco y tener algo de contacto social que mitigara aquella sensación de invisibilidad asfixiante que le atenazaba.
Pero al subir al coche para volver a casa, le cayó el auténtico jarro de agua fría: se disponía a subir una foto de publicidad a su red social cuando vio que Ella había hecho una publicación mientras él entrenaba, y no sólo eso, sino que la había restringido solo a la lista de mejores amigos: se le dibujó una sonrisa automática y de le cortó la respiración a la par, porque habían acordado que él usaría ese mismo método para enviar publicaciones que solo Ella podría ver (por ser la única persona en su lista de mejores amigos) y así no levantar sospechas. Por un momento pensó que Ella volvía otra vez al rescate para alegrarle un horror de día… Pero no. Solo una foto era «reservada» y aparecía con Su familia, y para la otra había escogido una canción cuya letra casi describía con detalle cualquiera de sus encuentros de meses atrás, hablando de ropas que se deslizaban, de lunares estratégicos, de juegos y diablos y fieras, de quejidos de la cama, de frases que se habían dicho el uno al otro palabra por palabra. Fue tan vívido, tan malditamente calcado, que su mente desesperada quiso imaginar por un segundo que la canción era para él. Pero no, se la habría enviado directamente a él, no la habría posteado con aquella foto con otra persona.
Las pocas e ingenuas esperanzas de encontrarse de nuevo, de las cosquillas prometidas con Su regalo perfumado ardieron y se esfumaron aquella noche. Y él, con el alma en los pies, se convenció de que aquella soledad tan abrumadora, de que aquella capa de invisibilidad que le cubría solo se la podría sacar de encima dando con un (otro) cambio radical a su vida, buscando una nueva dirección, incluso lejos de Ella.
Le habría encantado agarrar la botella de bourbon que Ella le regaló y liquidarla aquella noche en que se sentía tan hundido, pero incluso aquello se fastidió: tenía que volver a hacer de chófer al día siguiente.
Lista de Canciones
A poco más de día y medio del que se suponía que iba a ser su último encuentro antes del «frenazo» que Ella le había pedido, todo eran incógnitas: ¿iba Ella a encerrarse otra larga temporada en su fortaleza de distancia y silencio? ¿Iban a mantener el contacto estrecho, aunque fuera solo como amigos? ¿Iban a tirar cada uno por su lado sin mirar atrás?
Lo peor era la lista de canciones, ¿qué iba a hacer él con aquella lista? Porque hasta entonces, había estado escuchando durante años las canciones que le habría gustado cantarle, las que parecían estar escritas para ellos, las que explicaban los sentimientos que él tenía por Ella cuando no podía hablarle.
Pero las de aquella lista eran las que Ella le había enviado, con las que Ella pensaba en él, las que gritaban a voces lo que ambos querían escuchar del otro, las que sonaban cuando se habían entregado en cuerpo y alma.
Iba a haber una enorme y dolorosa diferencia entre escuchar canciones que le traían recuerdos de Ella, y las que le traían recuerdos con Ella.
Recordatorio
Otra canción perfecta. Otra declaración de intenciones. Otro ocasión de explicar cosas difíciles de una forma muy fácil. Otra agradable sorpresa. Otra confirmación de que Ella tampoco podía dejar de pensar en él.
Otro recordatorio de cuánto le iba a costar bajarse de aquella nube cuando ya no tuviera más remedio que hacerlo.
Miracle
Era difícil de creer que, justo cuando se echó a la calle para intentar dejar de pensar en Ella, la primera canción que sonó en sus auriculares, de una lista con más de cien canciones en modo aleatorio, fuera precisamente «Miracle», de Jon Bon Jovi. Una de sus favoritas, una de las que le habría cantado a Ella en bucle, una de las que le tocaba en lo más profundo cada vez que sonaba. Y justo en aquel día, en el que ellos habían tenido, por fin, su propio milagro.
Puto karma, o como se quisiera llamar.
Bourbon y canciones
Debería haberlo previsto. Debería haber sabido que, para un tipo como él, todo lo que pudiera salir mal, acabaría saliendo inevitablemente mal. Las ilusiones del día anterior se esfumaron, las posibilidades en que tanto empeño había puesto se le escurrieron como arena entre los dedos, sabiendo que, como tantas otras veces, cuando tratase de recuperar el tiempo perdido, alguien ya le habría adelantado y dejado sin opciones.
Así que se vio, una vez más, ejerciendo de caballero andante, cumpliendo las honrosas tareas que los demás no hacían y de las que luego nadie se acordaba, viendo como volvía a aplastarle la odiosa brillante armadura que había llegado a odiar y de la que no lograba deshacerse.
Pero como, para colmo de males, en un arranque de precaución, de sentido común o de autoprotección había decidido no escribirle a Ella, también se vio privado de aquel improbable premio de consolación: ya puestos a ejercer otra vez de «caballero de la brillante armadura«, al menos que fuera por Ella. Pero ni por esas.
Así pues, triste, solo y desilusionado, se sentó en su balcón con un bourbon bien cargado en la mano: no apuró ni la mitad del vaso, aquella noche ni siquiera estaba para bourbon y canciones.